Tres mujeres jóvenes, compinches, amigas, hermanas, unidas por el lazo del amor a un mismo ideal, se unieron para concretar un gran sueño.
Eran jóvenes para sentir muy arraigado un inmenso amor a los niños y a pesar de no conocer ninguna de ellas la maternidad, ese fue el sentimiento con que se encaró esta hermosa experiencia de vida.
Fueron dos salitas, un baño y un gran patio. Fue el apoyo incondicional, sin reservas del grupo familiar.
Fue la dedicación integral, no regida por horarios, ya que todo momento era bueno para soñar, proyectar y llevar a la práctica las más dulces y alegres ideas. Fueron años de risas y lágrimas, de recuerdos y emociones, de urgencias y recompensas sin límite.
Y así, volaron los años, crecieron los chicos, no se fueron nunca del todo, y hoy, se estrechan alrededor de la luz de amor y alegría que irradia el Jardín, mezclándose hombres y mujeres con pequeñitos de delantal amarillo, que comienzan a recorrer los primeros peldaños de esta escalera que les da acceso a la vida.
Aquellos diecinueve niños de 1964, en muchos de los casos, vienen todavía, todos los días al Jardín, pero no se quedan, sólo nos confían una parte de ellos: sus hijos.